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Una cosa bella es alegría por siempre

Por: Raúl Aníbal Sánchez

Todo ángel es terrible, dijo Rilke. Este es tal vez uno de los versos más choteados de la literatura alemana. En este mismo momento puedo cerrar los ojos y haciendo un poco de memoria, puedo hasta decirlo en alemán: ein jeder Engel ist schrecklich. Sin embargo, esta frase mamona por agotada, revela espantosas verdades, verdades que han escurrido desde los cielos más altos del empíreo poético hasta los fondos más bajos de la sabiduría popular: la belleza duele. La belleza cuesta. No hay nada más confiable y temible que la belleza.


Keats, un guapo y tuberculoso adolescente, prefirió pasar los últimos días de su vida entregado a ese culto suicida (el de la belleza) en lugar de, no sé, irse a un clima más cálido o practicar el macramé. “Una cosa bella es alegría por siempre” escribió entre tosidos sanguinolentos en un poema llamado Endimión, la historia de un pastor griego que ante la opción de ser amante de una diosa (la luna) no pudo más que entregarse a un sueño eterno. Ella nunca iba a morir, y él sólo era un simple pastor.

Hago este rodeo, en realidad una suerte de introducción, para hablar de los tacos más hermosos de Chihuahua. Decir que algo es “bueno” es acercarnos al escabroso terreno de lo moral, más tambaleante y cambiante que un diputado del PAN, pero decir que algo es “bello” nos lleva al mármol dorado de lo estético, donde los dioses antiguos aún brillan en su infinita blancura y las canciones más suaves resuenan como hace mil años, suavemente meneadas en el plectro de Safo. Los tacos el chacal son hermosos, hermosos hasta las lágrimas. Yo los he comido y mientras los como he bailado, como bailó David frente al Tabernáculo: desnudo, poseído por la gracia.

Barbacoa es el primer misterio de este templo, impronunciable e irrepetible. Los laicos nos arrodillamos con humildad ante la transubstanciación de lo mundano en gloria. El plato de costilla es ya pertenecer a una orden menor. Tripa y ubre es volverse un iniciado y poder oficiar misa. Debo decir que no siento ninguna satisfacción en la inmolación de los animales y cada tercer día pienso entregarme al vegetarianismo, pero en esta iglesia, la iglesia del Chacal, cada muerte es un tributo, como moriremos quienes hacemos fila por un colesterol hasta las nubes o una piedra en los riñones.


Pero nada que exista sagrado puede ser accesible. El Chacal tiene sus pormenores y defectos. Ante la vista de ese logotipo pintado por un cholo crudo a cambio de una caguama una mañana de domingo (el Chacal de Sábado Gigante, juez del concurso de talentos, inmisericorde como un Yahvé del Antiguo Testamento), uno sólo puede imaginar la tersura de la gloria y la reparación, siempre religiosa, de la resaca de domingo. Pero tus
ruegos serán vanos, porque no todo lo que es bueno es fácilmente alcanzable.

Hace un año más o menos conocí a la chica que me gusta y a quien quiero. Salimos muchos días, fuimos a huelgas y presentaciones, cenamos en bares, nos congelamos de frío, sin dinero, una madrugada en la avenida. El día que ella y yo tuvimos valor suficiente para ser serios, despertamos con un poco de resaca, con el sol de la primavera entrando devastadoramente por la ventana. Era una luz que parecía un manantial a punto de destruirnos o
besarnos. Recuerdo que ella abrió los ojos, muy redondos y bonitos como caniquitas y me dijo: “te voy a enseñar unos tacos”.

Yo no sabía que me estaban bautizando.

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