
Por: Guso Macedo Pérez | @gusoescribe
Con su acento argentino me anunció que ya pronto iban a tener servicio de cocina económica. Entré a recoger una pizza y vi el armatoste de acero donde se ponen las cosas en baño maría para luego servirlas en botes de litro, medio litro o cuarto de litro. El muchacho tenía los ojos claros y llevaba el pelo de ese modo infantil y beatlesco que sólo a los argentinos les queda.

Caminito a la boca. ¿De dónde habrán sacado ese nombre? Tan tierno, tan foráneo, tan seductor. Sus pizzas eran mis favoritas de la ciudad. Vivíamos en Las Águilas y llegar a Caminito a la boca era un puto dolor de logística: las obras para hacer el paso a desnivel de Cantera y Juventud eran un cráter de desolación que abarcaba kilómetros. Pero valía la pena la expedición para volver a casa con esas pizzas cuadradas que se aderezaban con chimichurri.
La primera señal de que lugar de comida ha entrado en su proceso de muerte es cuando comienza a degenerar su concepto. El muchacho argentino anunciándome la incorporación de guisos de cocina mexicana fue esa señal. Quizá fue la zona de desastre en la que quedó inmersa, quizá fue el poco tráfico residencial que en ese entonces había para allá; pero la pizzería no iba a aguantar mucho más.

Algunas veces comimos ahí y no recuerdo a nadie más aparte del muchacho argentino. Él nos tomaba la orden y luego desaparecía a prepararla y volvía después para servírnosla. Más tarde, cuando nos mudamos a Valle Escondido y quedamos en el rango del servicio a domicilio –eran tiempos preubereateanos– el mismo muchacho de ojos claros nos llevaba la pizza y el chimichurri en un vocho blanco. No lo he vuelvo a ver.
Cuando mi hermano todavía vivía en Chihuahua y mi padre todavía vivía discutimos sobre cuál era la mejor pizza de la ciudad. El torneo no tuvo una convocatoria muy amplia y la riña se redujo inmediatamente a Peperoncino y Caminito a la boca. Un domingo compramos dos pizzas de cada lugar y tres botellas de vino. Peperoncino prepara sus pizzas al horno de leña con una masa delgada y crujiente, distribuye los ingredientes de manera balanceada y discreta. Caminito a la boca hacía cuadros esponjosos con porciones densas que al morderlos era como pisar una mina. No recuerdo cuál de las dos pizzas ganó, y realmente no me importa.
Me dijo que iba a haber guisos, que iba a haber picadillo, deshebrada en verde, chiles rellenos. Se notaba el esfuerzo que hacía para decir esos nombres de memoria, se notaba que le sonaban excéntricos y hasta peligrosos.
Te extraño mucho, Caminito a la boca. A veces entro a tu página de Facebook a ver las fotos de tus pizzas. Si tan solo pudiera volverlas a probar.
Deja un comentario